martes, 9 de agosto de 2011

Tánger 2011. TAREAS SOLIDARIAS.

Siguiendo el dicho popular “nadie escarmienta por cabeza ajena”, a pesar de conocer muchas versiones sobre el voluntariado y haberlas vivido ya, realizar un proyecto de cooperación internacional es diferente.


Llevo en Tareas Solidarias concretamente desde Marzo de 2011 y después de muchas reuniones, preparativos, intentos de recogida de dinero, de hacer socios, y un largo etcétera, llegó el día.

Me desperté con mi maleta casi preparada de la noche anterior sabiendo que antes de ir al autobús que nos esperaba en casa de Noemí y Jorge, teníamos que ir a la radio. Hablamos sobre Tareas y sobre nuestras pretensiones allí. Yo, en mi desconocimiento e ignorancia sobre la experiencia a venir, solo hablaba de lo que podía haber vislumbrado en mis sueños.

Hacía apenas medio año de la última vez que crucé el estrecho, pero esta vez era diferente. Yo no era turista o la hija de un inmigrante español, ahora era voluntaria de Tareas Solidarias, a pesar de que en el documento que se entrega en el Ferry estuviese marcada la opción “turismo”.

Comimos en casa de Noemí (gracias Jorge por tu receta napolitana exquisita) y nos montamos en el microbús preparado para la ocasión. Llegó la gente. En el camino se unían más gente.

Cuando llegamos a Tarifa estaban mi padre y mi hermano que se unían al viaje en barco. En esos 14 km que separan Europa de África imaginé mi experiencia. Algo parecido a la que comprobé después.

Contar el viaje y las experiencias, las amistades intensificadas, los abrazos intercambiados, los niños conocidos, las madres, los talleres, la convivencia… nadie sería capaz de leer semejante cantidad de párrafos escritos por una amateur como yo. Así que contaré exactamente una opción inexistente, un día al azar, todos diferentes y semejantes, con la misma gente, tu gente, a la cual ibas cogiendo cariño cada día, cada mañana, cada tarde, cada noche, cada minuto… aún más allá.

Cuando te levantas con un “Buenos días Belén. A ver esos ojitos”, se agradece Justo. Mariquilla hizo también de despertador, y sus besos mañaneros también me gustaban.

Con 21 personas en un quinto piso con un solo baño se podría pensar que ir al baño es todo un imposible, pero tampoco es para tanto. Te acostumbras, te resignas, y esperas tu turno. Mientras vas escuchando el intercambio de los “buenos días” algunos aún se abrazan a su saco de dormir o a su cojín con función de almohada. El desayuno a turnos y al cole. Algunos en petit taxi y otros andando. Yo siempre la primera opción, excepto el día que me tocó limpieza junto a Pablo y Noelia. Ese día no tuvimos ocasión de encontrar uno libre.

En el colegio existían diferentes funciones, talleres y ocupaciones. Unos nos quedábamos con los niños a primera hora, cantando canciones con ellos, mientras otros con menos suerte acudían a jardinería, o algunos a pintura (conocida popularmente como “vacaciones”).

Luego venían los talleres con los pequeños. Manualidades o teatro. Yo iba a manualidades. La sensación que se siente cuando los niños y las niñas te preguntan “Belén, ¿manualidades?” (ésto en árabe claro) y van contigo de la mano, de tu mano, sin más motivo que el de tu persona, tú (tina).

Luego íbamos a comer (eso para los que comíamos, ¿verdad Mariquilla?). El primer restaurante (por llamarlo por su nombre), era estrecho, sucio, lúgubre, marroquí. Sus mesas humildes, su ausencia de vasos y de servilletas lo hacía interesante. La comida muy buena, eso sí. Luego cambiamos a final de semana a un restaurante con cocina italiana. Aquello tenía otro aspecto, ya no era tan marroquí.

La siesta. Todos sobre colchonetas azules tendidos en el salón de actos. Ahí se apreciaba el cansancio y la fatiga del trabajo duro en aquel colegio tangerino.

Por la tarde entraba en juego un nuevo agente, las madres. Para ellas, preparados todo una serie de talleres: derechos humanos, nutrición, autoestima, intercambio lingüístico… Ellas participativas, activas, agradecidas por el trabajo realizado, sobre todo por el que se hacía con sus hijos.

Después de una jornada dura de trabajo llegaba la hora del retorno. Una parada en la tienda de batidos de enfrente, en la calle México. Riquísimos. Todo él fruta y azúcar. No se resisten ni las abejas tangerinas.

Toca ducha y cena, alboroto, miradas a la lista. Felices los primeros diez, triste el resto. La terraza, una opción socorrida. Yo acudí allí un par de noches. Aconsejable la experiencia teniendo en cuenta la otra vía (un número 19 o 20 delante de tu nombre en el orden de lista de ducha). Mientras te duchas ves todo Tánger. Yo, en bikini, mi ducha cambiada por un cubo blanco grande, que se recargaba con la pila que había en la terraza. Los sentimientos son varios, angustia, vergüenza, rareza, un minuto de soledad ante aquella noche tangerina. Todo menos frío.

Luego de la suculenta cena marroquí que preparaba cada noche nuestra cocinera: tallín de pescado, pastela, cuscús,… tocaba o bien evaluación o buzón. La segunda opción siempre preferida y la primera casi siempre necesaria. O quizás hubiese ambas.

El buzón es algo inexplicable y la evaluación, podía ser interminable así que elimino ambas de mi redacción. Aunque no sin antes destacar que me impresionó lo de los buzones, porque eso sí, son dos. Uno para notas amorosas y cariñosas y bonitas y positivas. Otro para notas sexuales, graciosas o quizás destructivas. Siempre abundó la primera categoría.

Ahora toca irse a dormir. Desde mi saco veía y escuchaba lo que sucedía en aquel piso. Tan pequeño y con tantos sentimientos diferentes y para muchos, nuevos. Mientras me detenía a abrir mi saco, ya Inma y Mariquilla estaban dormidas (más bien intentándolo) cada una en su sofá no antes sin nuestro intercambio de besos de buenas noches. Alba me sonreía desde su saco, siempre cómplices, entendiéndonos sin decirnos nada. A mi lado Laura, o quizás David, era un hueco sin determinar. Y a mi otro lado, Pablo y Francis, inmiscuidos en sus risas, sus historias, que seguían hasta después de yo empezar a soñar. En la terraza, ruidos, un cigarro, unas risas, intercambio de experiencias, besos. Quizás fuese Carmen, Carru, Déborah o Encarna. O quizás la niña de las escaleras, a la cual nunca vi. En las demás habitaciones, Justo y Gimena. Raquel, Paula y Juan. La habitación de los lectores, con Jorge y Noemí, con Tania y con Noelia.

No sé que tendrá Marruecos, o su gente, o mi gente, o mis niños, o su vida. Pero yo quiero más. Más Marruecos, más tiempo, más profundo ¿más intenso? No. Tánger 2011 ya fue intenso e irrepetible. El año que viene un nuevo campamento o quizás dos. Ahora queda otro año de trabajo hasta que vuelva a ver las sonrisas de mis pequeños de Tánger.

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