lunes, 27 de agosto de 2012

Una historia con sólo presente.

Qué bonitos paisajes se ven desde la ventanilla de un avión. Mi mirada se pierde en el horizonte, imaginándome, divertida, saltar en ese amplio colchón de nubes irlandés.
Identifico la península de Howth, comparándola con el mapa que guardo en mi memoria, desde hacía algunos días. Comienzo a sonreír, insistente, casi riendo. Tú sabes el porqué. 


Veo el sol, extraño sol que en Irlanda se esconde en la tercera planta del cielo y sólo baja a saludar de vez en cuando. Pero ahora en el avión me alumbra, recordándome que vuelvo a mi hogar, aunque sea solamente un par de días. Esta vez sin ti, como era antes, como fue siempre, durante el resto de nuestras vidas anteriores y durante el resto de nuestras vidas futuras. 

Un placer conocerte. Sé que sabes que todo fue más allá del capricho, más allá de las ganas de poseerte. No me olvides, ya hablamos sobre esto. El rey Sabina no puede estar equivocado. 

Seguiré sobreviviendo sin tus besos. Seguiré caminando sin tus abrazos. ¿A quién pertenecerán ahora? En realidad eso no es importante. Lo que sí sé es que por unos días fueron míos. Tú fuiste mío y yo fui tuya, devorándonos; a sabiendas de que el final llegaría, como llega el otoño después del verano, y todo vuelve a la antigua normalidad. 


Pero esto fue, más allá de lo superfluo, más allá de lo banal y lo mundano. ¿Sabías que el verbo querer proviene del latín,  quaerere, y significa tratar de obtener? En la hipotética escala del afecto, me atrevo a decir que te quise. Si no, ¿cómo describir mi sentimiento de cariño? Te quise con realidades, corrigiendo quizás los excesos. Te quise a la manera extraña de mirarte a los ojos y verme en ellos. De sonreír por sólo ver tu sonrisa. A la extraña manera de andar a tu lado, como si lo hubiésemos hecho siempre, entre charcos y adoquines, entrando y saliendo de pubs, en los que compartíamos historias de vida y cervezas. Siempre sin pensar en ese futuro que llegaría y de hecho llegó el viernes por la noche, cuando te despedías. Ese futuro sin cabida
 en esta historia de sólo presente. Pero ahora ese futuro es el presente. Ya no acariciaré tu cara, ni peinaré tu pelo con mis dedos, ni abrazaré tu espalda. Será el viento quien se encargue de ello por mí. Si alguna vez lo sientes, fuerte, seguro, atizando contra ti, cierra los ojos y piensa que seré yo, intentado volver a llegar hasta ti.
Quizás necesite ver tu sonrisa otra vez para saber que no lo he soñado. Pero ya explotó la burbuja. 

Veo un avión volar a lo lejos, en dirección contraria; quizás dentro vaya alguien que tenga la oportunidad de vivir una historia como la nuestra, como la que nosotros escribimos, probablemente diferente. Me acomodo en el sillón, cierro los ojos. En mi mente miro atrás y te veo. Te veo detrás mirándome, sonriéndome, quieto, deseándome buena suerte. Mientras, camino lentamente, con lágrimas en los ojos y agradecida de vivir lo que viví junto a ti. Sonrío, sabiendo que por unos días, en tu "desierto", junto al cubo y la escalera, estaba yo, de tu mano. 

He sobrevolado Galicia, ahora veo la costa de Portugal. Ya no hay nubes, casi siento mi casa. Vuelvo a sonreír. La abundancia de luces indican la ubicación de las ciudades. La oscuridad implica que empieza el mar. Lo pienso y, ahora sí lo sé. Ya siento mi casa cerca. Ya acabó lo que compartimos. 
Te deseo lo mejor; te deseo y te extraño.

[...]Volví al bar a la noche siguiente,
a brindar con su silla vacía.
Me pedí una cerveza bien fría
y entonces, no sé si soñé o era suya la ardiente
voz que me iba diciendo al oído:
"Me moría de ganas, querido,
de verte otra vez."

¿Y ellos? ¿Se volvían a ver? ¿A qué conclusión llegamos? 


                                                                                        
                                                                                        A ti, mi pequeño idiota. Del que tanto aprendí.