martes, 11 de enero de 2011

Al otro lado del estrecho.

Cuando me preguntan qué tal en Marruecos, respondo: Bien, muy bien. -siempre me miran con cara de esperar alguna palabra más de mi boca-. Es diferente -y sonrío, eso siempre fue típico en mí.

Todos hacen esa pregunta ante un país en el cual no buscas monumentos, ni museos, ni plazas renacentistas que te hipnoticen con sus fuentes, ni el consumismo transformado en numerosas calles llenas de tiendas y publicidad colorida. Aquello es diferente. La mayoría de los habitantes de Marruecos poseen algo que nosotros no, el tiempo.

Mercaderes montan sus pequeños puestos a la hora que creen, que quieren, que se les antoja; establecen precios que creen oportunos para cada persona (¡precios personalizados! Para los turistas... mala noticia, evidentemente). Y sus zocos son laberintos. Creo que si me soltaran en la selva o en una isla desierta sabría qué hacer gracias a largas mañanas de resaca observando atentamente al "último superviviente", pero si me soltasen en un zoco de cualquier ciudad marroquí... no sobreviviría ello.

Sus habitantes son diferentes, más diferentes entre ellos que nosotros, que vestimos a la última moda (toda semejante), allí hay hombres y mujeres vestidos de Zara (como ejemplo de marca occidental) de pies a cabeza, pero también hay mujeres vestidas de Zara con un toque más: el pañuelo. Pero además las puedes ver con chilava, ¿y con pañuelo? Bueno quizás lo lleven, o no. Los hombres también llevan túnica, sobre todo los hombres mayores. Algunas acababan en pico. Me encantan esas túnicas, hacen que sus maniquíes vivientes parezcan gnomos.

La comida huele muy fuerte, es bastante especiada pero buena, aunque no morirás de hambre, siempre puedes recurrir a las pizzas (nosotros lo hicimos). Mi hermano el primer día me ofreció probar Kefta. Es carne picada especiada, como albóndigas pero sin salsa. Tenía buena pinta. La mojé en comino. Después de aquel pequeño bocado el Kefta volvió a mi paladar unas 8 veces ese día, estaba bueno pero probablemente, sea mi único encuentro entre esa carne picada y yo, o no. Siempre fui indecisa con todo.

Si queréis conocer una cultura diferente a la que conocéis hoy, id allí. Esta cerca. Muchos me dijeron: no podría ir a Marruecos, no soporto el olor a "moro". Respeto todas las opiniones, pero para los que sean menos etnocéntricos (etnocéntricos equivocados, evidentemente), os invito a cruzar esos 14 kilómetros, que hacen que descubras una forma diferente de vivir, de comer, de salir, de comunicarse, de saludarse, de besarse, de comprar, en definitiva, otro estilo de vida.